The Overthinker: sobre la sobreproductividad, la felicidad de hacer lo que me gusta y la salud mental.
Reflexiones incómodas para mentes que sienten demasiado.
Me encuentro escribiendo esto en medio de una de las etapas más intensas y más bonitas de mi vida. MISS POLÍTICA está explotando de una forma que no solo me emociona, sino que me conmueve profundamente. Ver cómo una comunidad crece, se cuestiona, dialoga, incomoda y construye, es algo que me recuerda todos los días por qué hago lo que hago. Pero al mismo tiempo —y esto lo digo desde la más brutal honestidad— me está costando. Me está costando física, mental y emocionalmente.
Porque, aunque estoy feliz, estoy sobreproductiva. Aunque me despierto cada día con ganas de trabajar en lo que amo, también me voy a dormir con el cuerpo agotado, con la mente saturada, con esa sensación de que no me alcanza la energía, ni a veces, las ganas.
MISS POLÍTICA ha traído una ola de visibilidad que no había experimentado antes. Y con eso, llegó también una carga nueva: la responsabilidad con una comunidad que es tan crítica como yo, que se hace las mismas preguntas que yo, que exige, que observa, que piensa. Y eso lo agradezco, pero también me abruma.
Y claro, MP no es lo único que hago. Sigo colaborando con esa organización internacional con la que trabajé el año pasado y que amo profundamente. Estoy teniendo reuniones a las 3 a.m. con empresas en Medio Oriente. Doy asesorías políticas. Y además, estoy organizando el bootcamp PODER E INFLUENCIA, que honestamente ha sido uno de los proyectos más lindos de mi vida, porque lo estoy creando inspirada en mi serie favorita (Succession, por supuesto), y eso para mí es como juntar tres mundos que amo: la comunicación, la geopolítica y la estrategia política.
Entonces sí, estoy haciendo lo que me gusta. Pero también estoy funcionando en modo “modo siempre encendido”. Porque hasta hace nada, sentía que podía moverme libremente, sin tantos cuestionamientos, sin sentirme tan mirada. No suelo hablar de mi trabajo públicamente, no porque no me importe, sino porque muchas veces tengo acuerdos de confidencialidad, porque respeto la privacidad de las personas con las que trabajo, porque el silencio también es un acto político.
Pero con MP, esa discreción se está difuminando. Ahora hay preguntas todo el tiempo: ¿Es un think tank?, ¿Cuál es nuestra agenda política?, ¿Cuál es mi ideología?, ¿Estoy a la derecha o a la izquierda? Y hay días en los que, según la publicación, soy una u otra cosa. Hay días en los que me han llamado socialista y liberal con apenas 24 horas de diferencia.
Todo eso, más la información que manejo a diario —que es infinita—, hace que viva en un estado de alerta permanente. Y eso, siendo una persona con ansiedad, se convierte en un ciclo desgastante: estar siempre un paso adelante, planear todo, anticiparme, controlar. No ha empezado el bootcamp y ya estoy pensando en lo que viene después, en cómo mejorarlo, en cómo escalarlo.
Byung-Chul Han lo describe perfectamente en La sociedad del cansancio: vivimos autoexplotándonos. Nos exigimos productividad extrema, no por obligación externa, sino porque lo internalizamos. Porque amamos lo que hacemos. Porque queremos hacer más. Porque podemos. Pero ¿a qué costo?
Y lo digo con una sinceridad dolorosa: me encanta lo que hago. Me encanta diseñar las sesiones del bootcamp, ver Succession y analizarla con mirada estratégica, leer libros para convertir ideas en contenido, grabar el podcast, hacer lives diarios con la comunidad, pensar cada post de MP con intención, revisar noticias globales, redactar análisis políticos para empresas o la newsletter. Pero cuando se acaba el día, me doy cuenta de que estoy saturada.
Y a veces me pregunto si todo esto también es una forma de no sentir. De no detenerme. De no conectar con lo personal. Porque, aunque voy a terapia y cuido mi salud mental, me doy cuenta de que estoy en ese punto donde lo funcional tapa lo emocional. Donde hago lo que “debo” hacer, pero no necesariamente lo que necesito.
Pedí dedicarme a MP a tiempo completo, y está pasando. Pero en ese proceso, he estado descuidando algo vital: mi salud física, mental y emocional.
La semana pasada me di cuenta con más fuerza. Ya lo venía sintiendo, pero hace unos días me cayó como baldazo: ¿por qué siempre me siento sin energía?, ¿por qué me cuesta tanto arrancar el día?, ¿por qué, si tengo disciplina, igual me siento así?
Me justificaba en mi ansiedad, en mi depresión, en el hecho de que tengo muchas cosas andando al mismo tiempo. Pero también hay otras señales: a veces como solo una vez al día. A veces no tengo hambre. Y eso, viniendo de alguien que fue anoréxica a los 16, es una señal de alarma fuerte. Porque una parte de esa historia nunca se va del todo. Siempre está ahí, latente. Por eso intento estar muy atenta a mis hábitos.
Lo hablé en terapia y llegó una frase que me atravesó: “no comer es no querer vivir”. Desde entonces, me hace ruido todo lo que hago. Me hizo pensar que quizá mi sobreproductividad es una forma sofisticada de autodestrucción, de evasión.
Así que me puse un reto de amor propio. Comer. Comer más de una vez al día. Volver a tomar multivitaminas. Tomar agua. Meditar. Seguir entrenando. Pero —imagina esto— entrenar hora y media y comer solo una vez. ¿Qué lógica hay en eso?
Saturación mental. Burnout silencioso. Esa necesidad de hacer para no sentir. De estar ocupada para no tener que parar. De estar tan enfocada en construir algo grande que olvido cuidar lo básico: mi cuerpo.
Y no es solo un tema personal. Es colectivo. Es social. Vivimos en una cultura que premia estar ocupada 24/7. Que aplaude que seas productiva, que tengas éxito, que logres tus metas. Pero casi nunca se pregunta a cambio de qué.
¿Dónde queda nuestra responsabilidad individual? ¿Dónde queda el autocuidado? ¿Dónde queda la pausa?
Lo digo desde un lugar de amor, pero también de hartazgo: nos merecemos vivir, no solo rendir. No somos máquinas. Y si dedicarnos a lo que amamos significa destruirnos en el proceso, entonces algo no está bien.
Yo romantizo mi vida, sí. Lo he dicho muchas veces. Me escriben preguntándome si mi vida es cara, si tener a Berlín cuesta mucho… El otro día mi hermana me dijo: “Eres demasiado aesthetic”, cuando solo le envié una selfie para mostrarle mi nuevo color de cabello desde el baño de mi casa… si todo es tan genial como parece en mi Instagram. Y aunque sí amo mi soledad, aunque he aprendido a estar sola, aunque hago mis solo dates y me encanta, la romantización a veces es una trampa.
He hecho todo lo que “se supone” que debo hacer: ir a terapia, practicar yoga, leer, descansar, entrenar, comer sola, salir, desconectarme. Y aún así, hay días donde la ansiedad y la depresión se sienten igual. Porque no es suficiente. Porque el sistema sigue avanzando y tú tienes que correr para no quedarte atrás.
Entonces me pregunto: ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad?
Y podría decir mil cosas: la glorificación de la productividad, el capitalismo emocional, la meritocracia tóxica, la exigencia de estar siempre “bien”. Pero esta carta no es para echarle la culpa al sistema. Yo no tengo problema en estar dentro del sistema. Mi pregunta va más allá: ¿Qué estoy haciendo yo? ¿Cuál es mi cuota de responsabilidad individual y colectiva?
¿Qué podemos hacer en medio de esta sociedad sobreproductiva?
Ser conscientes. Ser responsables. Ser empáticos. Primero con nosotros mismos. Luego con los demás.
Replantearnos qué significa el éxito. Qué significa la felicidad. Qué estamos dispuestas a sacrificar por ellos. Cuáles son nuestros no negociables. Quiénes son las personas que nos rodean y si realmente nos están sumando.
A veces no se trata de dinero. A veces una persona puede aportarte conocimiento, poder cultural, ampliar tu círculo social, elevarte profesionalmente o emocionalmente. Y si no hay nada de eso, yo, al menos, puedo prescindir.
Porque esta etapa de mi vida me ha enseñado algo esencial: no todo lo que brilla es éxito si tu cuerpo está pagando el precio.
Entonces cierro esta carta con una reflexión que me hago todos los días: quiero seguir haciendo lo que amo, pero no quiero dejar de amarme a mí en el camino.
Porque como decía Epicteto: No es lo que te ocurre, sino cómo reaccionas lo que importa.
Y como decía Simone de Beauvoir: Cambia tu vida hoy. No apuestes por el futuro, actúa ahora, sin demora. Y es justo un ejercicio perfecto para una persona con trastorno de ansiedad. Vive el presente. Carpe Diem.
Porque al final del día, el mundo sigue con o sin nosotros. Y yo quiero estar aquí un rato más.
M.

Otras perspectivas…
Una antropóloga social habla sobre la felicidad, la productividad y la sociedad de la soledad.
Una recomendación:
La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han.