Responsabilidad afectiva
Es justo decir que no siempre somos la buena o el bueno en la vida de una persona. Que lastimamos, herimos y también rompemos. Que somos responsables de la cuota que nos corresponde en la relación que tenemos con una persona. Responsabilidad afectiva le llaman.
Y aún así, la mayoría de las personas carece de ella. ¿Por qué nos cuesta tanto pedir disculpas? ¿Reconocer que nos equivocamos? ¿Por qué necesitamos siempre ponernos en el centro de la discusión y no ponernos en los zapatos de la otra persona? Y no porque tengamos que actuar en función de lo que esa persona puede sentir, sino porque es justo reconocer que nuestros actos, nuestras acciones, lo que decimos e incluso lo que no hacemos y no decimos influye en la otra persona.
Esta semana una amiga me preguntó: ¿Por qué salimos corriendo cuando notamos la menor conexión? ¿Por qué luchamos contra lo que más nos atrae?
Quizá es porque cuando encontramos algo o alguien a quién aferrarnos lo ansiamos como al aire. Y nos aterra perderlo... Y créeme, uno aprende a estar solo. Pero la mayoría de las cosas son mejores si las compartes.
Y sé que llevo demasiado tiempo sola como para si quiera recordar cómo es que se siente cuando faltan horas para ver a la persona que te gusta, pero lo sé, es un sentimiento increíble. Pero también me aterra la idea de enamorarme tanto de alguien como para no ver las red flags sutiles y ligeras, me da miedo sentir que amo tanto a una persona como para no darme cuenta que la persona con quién duermo me traiciona.
Esta semana confirmé que siempre vemos las señales, somos inteligentes, lo notamos, algo hace clic en nosotros y una sensación de ligera incertidumbre nos señala que algo no está bien, pero en ese mismo momento nuestro Super Yo ataca diciendo que nos equivocamos, que todo está bien. Que no es personal y mucho menos es contigo.
La delgada línea entre una broma y un pensamiento real sobre un tema, la misoginia disfrazada de chiste. Una frase sutil y simple mientras ves una película, las críticas hacia una persona, las incoherencias entre lo que se dice y lo que se hace, terceras personas que conoces y desconoces. Las presiones para ser como esa persona quieres que seas o el alejarte de tu grupo de amigos porque “todos quieren contigo”. Las molestias por ganar más que tu pareja o el lenguaje denigrante y minimizador cargado de frases que nunca las dijo “por mal”. La intermitencia, un día estás y al otro no. Estar solo cuando te necesito. Todo está ahí y decides no verlo. Nos aferramos a la creencia de que “a mi eso nunca me va a pasar”. El cuento del príncipe azul.
Y de vez en cuando las personas progresan, se superan a si mismas. A veces nos sorprenden. Y en otras ocasiones no dan la talla. La vida es curiosa a veces, puede apretarte bastante las tuercas. Pero si la observas con detenimiento, encontrarás esperanza en las palabras de los niños, en la melodía de una canción y en los ojos de la persona a quien amas. Y si tienes suerte, bueno, si eres la persona más afortunada de este planeta, la persona a la que amas decidirá corresponderte.
Deseo que esa persona ante todo tenga responsabilidad afectiva. Porque sabrás en lo más profundo que esa persona podrá reconocer sus errores, sus defectos y los tuyos y abrazarlos en vez de confrontarlos.